No puedo dejar de ver la semejanza entre el mundo sanitario y el educativo. Con la pandemia del Covid-19 creo que todos los españoles hemos comprendido la diferencia entre la calidad de nuestro Sistema de Salud (bastante maltrecho) y la calidad profesional de nuestros SANITARIOS, absolutamente admirables.
En el mundo educativo sucede lo mismo: Si no colapsa con abandonos masivos y resultados catastróficos no es porque el Sistema Educativo sea fuerte y bueno, sino por la profesionalidad de sus maestros y profesores.
Y me temo que la conclusión se puede generalizar a muchos ámbitos profesionales. Hace un tiempo me decía un arquitecto que con el actual Código Técnico de Edificación (la normativa legal que dicta cómo han de ser construidos los edificios) los profesionales se ven impelidos a ponerse fuera de la ley en cuanto quieren usar del sentido común. Si han de luchar contra las condensaciones de humedad que producen las diferencias de temperatura entre el medio interior y el exterior en una casa caliente, la calefacción pierde su efecto, porque la ventilación (a la que les obliga la ley) corre por toda la casa como un viento intempestivo. Así que el pobre habitante de la casa tiene que soportar el frío, o se verá obligado a poner cierres estancos en todas las ventanas, (en contra de la normativa). Es una muestra de la Ley contra el sentido común.
Estoy segura de que podría apostar sin riesgo a que cualquier otro profesional de otro sector encontrará ejemplos similares en su ámbito.
Yo misma he sostenido que en el mundo de la ENSEÑANZA (me resisto a calificarlo de Educación, que para mí es otra cosa) la legislación es tan invasiva, tan abusiva, tan intrusiva, tan exhaustiva, que resulta absurda, contraproducente, generadora de caos y estúpida. Siempre he creído que el secreto de un buen sistema de enseñanza lo tienen unos buenos enseñantes. La formación profesional, humana, cultural, moral o ética de un enseñante es la clave de lo que sucede en su aula. Sin duda será necesario un ordenamiento legal, como en todo lo que atañe a poblaciones con desarrollos comunes y convivencias prolongadas, con intereses comunes o características propias y compartidas, pero legislar para llevar de la mano a cada ciudadano (mal formado) en su jornada laboral, en lo específico de su trabajo, de su profesión, es absurdo y contraproducente. Lo único que se puede lograr así es el conflicto permanente entre los legislados y los legisladores.
Pero no sólo al conflicto abierto, al que supone la confrontación más o menos hostil o violenta, no. Ese, en caso de darse, es visible y en cierto sentido, por eso mismo, resoluble. El conflicto más grave es el latente, el larvado, el que se instaura como una contradicción insoluble, tan sutil que no se percibe a simple vista, sino a través de sus efectos, del largo plazo, y con suerte, al medio plazo. Los usos partidistas de la Enseñanza, que hacen de ella un campo de batalla para jugar a legislar contra el oponente, han sido denunciados ya sobradamente, aunque sin éxito. Pero la falta de formación del profesorado sigue siendo una afrenta para la sociedad que necesita un buen sistema de enseñanza. Y como la contradicción de respetarlos como la pieza clave del sistema y a la vez reconocer que no están formados, parece ser el nudo gordiano de ese conflicto, mucho me temo que no lo resolveremos en muchos, muchos años. No sé si lo verán mis ojos.