El legado de Paulo Freire

El centenario del nacimiento de Paulo Freire, celebrado el 19 de septiembre, da pie para revisar su teoría pedagógica, y tratar de calibrar su vigencia en un mundo tan radicalmente distinto del que vivió el pedagogo brasileño.

El propio Freire explicaba al hacer su relato autobiográfico que era hijo de un matrimonio cuyas creencias religiosas eran diferentes (espiritista -no adscrito a ningún grupo practicante- él, y católica practicante ella) y que sus padres armonizaban su relación por medio del diálogo como vía para el amor. La influencia de esta forma de entender las relaciones le confirió, según sus propias palabras, una fuerte vocación de padre de familia, y se casó muy joven con una mujer también católica, como él, con la que tuvo 5 hijos que “ampliaron las posibilidades del diálogo”. Fue en este ambiente familiar donde el influjo de su mujer, maestra de primaria, le hizo interesarse intensamente por la educación y la enseñanza, (cuando él ya era licenciado en Derecho) con una formación intensa en filosofía y sociología de la educación, aun antes de haber accedido al cargo desde el que, en 1961, emprendería su labor como docente en la alfabetización de los campesinos brasileños, que más tarde proseguiría en Chile y otros países con el mismo éxito. Su método de alfabetización se basaba en la adaptación formal a la realidad concreta, al contexto social y vital de los alumnos, y sobre todo a su universo lingüístico, conectando con la experiencia y las necesidades de los adultos.

A mi juicio, la aportación pedagógica de Freire permanece vigente, y no tanto para proseguir con la alfabetización de adultos allá donde sea necesaria, sino por el fundamento mismo de su teoría pedagógica, articulado en el binomio DIÁLOGO / PRAXIS: el diálogo, como única vía para la verdadera educación, la que considera que el educador no es un “dispensador de conocimiento” y el educando su “aprendiz-depositario” , sino que ambos son dos seres humanos con igual relevancia en el encuentro, y ambos aprenden a la vez que enseñan recíprocamente. Diálogo para establecer las bases de conocimiento mutuo, diálogo para aportar a la relación la propia experiencia y los bagajes culturales que el otro ignora, y diálogo para construir juntos la nueva realidad surgida en ese proceso, que se concreta en la alfabetización y la subsiguiente concienciación del sujeto/alumno en su realidad, y se produce con el ejercicio de la otra exigencia del binomio: la praxis. Ésta no es sino la reflexión sobre la acción, que desencadena cambios y que por tanto requiere una nueva reflexión, en un proceso circular e indefinido. Para Freire no hay reflexión sin acción, ni acción válida sin reflexión, y ese juego dialéctico ha de alimentarse con el diálogo humilde y receptivo, tanto del docente como del discente.

En mi opinión, y para dar toda su dimensión al legado de Freire en la escuela de hoy, se podría -y se debería- trasladar su concepto de la PRAXIS a las aulas de cualquier centro y nivel de escolaridad, desde la primaria hasta la universitaria, e incluso a la formación permanente de adultos y mantener este principio en la ejecución de toda la labor docente, pero también se debería implementar mucho más la táctica de la enseñanza/aprendizaje basado en el DIÁLOGO entre docente y discente.

Pero es que además, así como Freire hizo un uso muy cuidado y “adaptado a los campesinos adultos” del alfabeto y las sílabas para alfabetizarlos, y “de paso” abrirles a la conciencia de sí mismos, valiéndose del diálogo, pero no consideró el alfabeto en sí mismo como materia de estudio, CUALQUIER PROFESOR, de cualquier materia, de cualquier nivel, debería poner de sus conocimientos teóricos y técnicos a disposición de sus alumnos, pero no para considerarlos un “corpus” que los aprendices tienen que asimilar y memorizar. Del mismo modo que el alfabeto no es en sí mismo el tesoro de la alfabetización, sino su herramienta o soporte (lo demuestra el hecho de que los analfabetos funcionales lo han aprendido, pero no lo “utilizan”) los programas de contenidos de las materias NO son las únicas vías de acceso hacia la cultura y el conocimiento. La cultura, que va más allá del conocimiento, no se adquiere, de hecho, por el mero acceso a las materias, sino por el ejercicio de introspección y despliegue de habilidades intelectuales que cada una propicia de forma característica, por las opciones de desarrollo humano que encierran, de las habilidades de pensamiento, de las opciones creativas y generadoras de ideas y de talento. El potencial y valor “formativo” que en este sentido encierran los contenidos de las materias es distinto en cada caso, y si valiéndose del diálogo, ese desarrollo se realiza con humildad y respeto mutuo, con esfuerzo, con interés y con ilusión, se generará inevitablemente un placer en el discente que experimenta y siente sus capacidades de forma consciente y progresiva. Y por cierto que, para mayor abundamiento, la primera herramienta que debería ser adquirida y asimilada en ese camino de la propia “conciencia de aprendizaje” sería la consolidación de la técnica lectora y su ampliación a la comprensión y disfrute de todo tipo de textos, generando finalmente la afición por la lectura y su práctica sistemática como vía hacia el conocimiento y la cultura. La única forma de llevar a los alumnos hacia esa aventura, el saber y el sentir del saber, es el DIÁLOGO, y una pedagogía en constante PRAXIS. Ocurrirá entonces que el alumno adquiere su gozosa conciencia de aprendizaje, y definitivamente emprende el camino de la cultura. El legado de Paulo Freire sigue vigente.

06/10/2021


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