En el primer programa «Las claves» de TVE emitido el viernes 21/01/2022, nos abruman con la información de lo millonariamente rentable que es la elaboración de desinformación para los nuevos «sicarios» de la red internet y redes sociales. Todos los expertos consultados coinciden en que se pueden tomar medidas de protección, de castigo, de prohibición, etc., pero que la única solución para evitar que la desinformación se propague como lo hace, es a medio y largo plazo la educación, la que llaman «alfabetización mediática y tecnológica». Los argumentos lo hacen evidente. Y yo, como pedagoga, al pensar en la «ESCUELA» que habrá de tomar ese estandarte, imagino lo que pensarán los docentes: Otra materia más.
Así es: otra urgencia curricular para un mundo nuevo que no deja de reclamar una nueva escuela. Una sociedad en la que lo peligroso no es fallar con la historia, creyendo que Napoleón es un coñac o con la biología, insistiendo en tratar con antibióticos las enfermedades víricas, lo imprescindible ya no es dominar la sintaxis ni la morfología del idioma o conocer los estratos geológicos que podemos ver cuando salimos al campo, decir que el Aneto es un caldo, o que «la calima» es sinónimo de «la caló», sólo que en Canarias, sino que lo que va a importar es saber sobrevivir a las ingentes cantidades de información y desinformación, ambas juntas y a menudo revueltas, que escupen las pantallas en nuestra mano y sepultan nuestra capacidad de pensar y obrar, no ya con juicio, sino con un porcentaje mínimo de seguridad para nosotros mismos y nuestros allegados. Baste la muestra de la desinformación que subyace a las creencias de los antivacunas en la pandemia de la Covid-19.
Esta materia tendría que sumarse a muchas otras que emergen de la realidad y que serán en el futuro los anclajes de la buena voluntad y la ética democrática en los ciudadanos del mundo.
Ética sin la cual todo conocimiento puede ser usado para la descomposición y aniquilación de las sociedades, inermes ante los mentirosos, ególatras y avariciosos desaprensivos, sin fe en la humanidad ni esperanza de salvación, dispuestos a todo para vengarse de su propia existencia efímera. La trayectoria ya va por ahí. Y si no se cambia esa trayectoria, ganarán ellos y perderemos todos. Los educadores profesionales hemos de reaccionar con urgencia. Docentes y pedagogos debemos reflexionar juntos. Mi pregunta es:
Si son ya tantas las nuevas urgencias, los nuevos retos de la escuela, si se requiere un tiempo que ahora no tenemos para entregarse a fondo a tantos cambios ¿por qué no le damos un vuelco radical al currículo? ¿no sería más práctico que en lugar de plantear cómo encajar todas las «nuevas necesidades» en el viejo currículo, planificáramos directamente un nuevo currículo como plataforma esencial, y en ella introdujéramos con estrategias transversales cuantos elementos del clásico, de viejo currículo, sirvieran para fundamentar los aprendizajes?
Por hoy quede aquí la cuestión. Me explicaré mejor en sucesivas reflexiones…
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