El 14 de noviembre tuvimos la cuarta reunión. Recibí el Orden del día, que incluía la convocatoria oficial, como todos mis compañeros, el día 11. Bueno, no todos estábamos en la convocatoria, aunque tal vez sí que todos fueron invitados y advertidos del aplazamiento de la reunión (con este, cuatro de cuatro reuniones). Lo cierto es que el colega “de los nuestros” que dirige una Residencia, y del cual ya conté algo en el post anterior, no estaba en la lista de asistentes, y de hecho no acudió.
Esta vez, sin embargo, estaban presentes las otras dos colegas que faltaron en la tercera, de manera que quedamos más igualados en la mesa, de un lado (el del Decano) 5 personas más dos técnicos, más dos empleadas, y del otro (los nuestros, los de “a pie”) otros 5.
Yo había intercambiado con los míos en los días previos un par de documentos en los que expresaba mis reservas con el método que seguían las reuniones hasta ese momento, porque me parecía (y me sigue pareciendo) que no estaban bien definidos los objetivos que nos habíamos trazado al principio del proceso, en el sentido de que no concretábamos hasta dónde comprometían a los asistentes a título personal, con preparación de documentos o información acerca de cuestiones concretas que nos interesaban, y en qué punto esos objetivos pasaban a ser un compromiso para el Colegio, como institución en defensa de nuestros intereses profesionales.
Y había incorporado a mi propuesta de clarificación un objetivo que desde el primer día persigo, pero que he ido “aplazando” en aras de la observación prudente de otros avances que podíamos obtener o “malograr” si nos precipitábamos al plantearlo: conseguir que los DOCENTES (mayoritarios en el Colegio) contaran con los PEDAGOGOS en el desarrollo de los programas de Formación que el Colegio les ofrece. Este es un objetivo es ambicioso, delicado, difícil y lleno de obstáculos, puesto que en la práctica los pedagogos en el Colegio llevamos muchos años de oscuridad e irrelevancia, y somos sustituidos por psicólogos (que ni siquiera son colegiados) o por docentes “expertos”, “especialistas”, “asesores” y cosas así, pero rarísimas veces acuden a nosotros. El objetivo, como digo, lo había aplazado, por ser demasiado beligerante y por el momento, arriesgado.
Pero sucedió que en las vísperas se publicó un nuevo número de la revista colegial, y en su sección “A pie de aula” un artículo sin firma, en el que se daba cuenta de un movimiento de renovación pedagógica denominado “Proyecto Acordeón” (puede verlo el lector con el enlace que encierra su título) emprendido por algunos docentes en locales del Colegio, en días simultáneos a los de nuestra reunión anterior, de septiembre. Nosotros no habíamos tenido ninguna noticia de tal cosa. Tal vez me dejé llevar de la impaciencia, pero pensé que algo había que decir en la reunión. Y no figuraba ningún punto adecuado en el orden del día. Ello representaba la necesidad de respaldo de mis compañeros “de lucha”. Y redacté otro documento para expresar una relación de cuestiones a “mejorar”, que les ofrecí a la firma y guardé en reserva hasta ver cómo transcurría la reunión en espera del punto “ruegos y preguntas”. A priori tenía la impresión de que sobraban auxiliares e invitados y faltaban objetivos claros en el orden del día, y esa impresión la compartía con otros de mis colegas. Habíamos intercambiado ideas en ese sentido, con su dosis de polémica, en nuestro grupo de WhatsApp. Y escuché lo que tenía que decir el Decano y sus auxiliares con cierta tensión.
La verdad era que, en el ínterin entre la tercera y la cuarta, el técnico informático que se había ocupado de implantar en la web el nuevo apartado profesional “ENCUENTRA UN PEDAGOGO”, se había despedido del Colegio, y por ello estaban convocados a la reunión su sustituto y otro colegiado más capaz de imaginar lo que los pedagogos necesitábamos, por tener ya una experiencia similar. Se trataba de un arqueólogo, cuya web independiente de la del CDL él mismo gestiona en su empresa, y cuyo diseño nos ofreció como modelo. No puedo negar que ese primer punto del orden del día me satisfizo. Tengo esperanza en que fructifique. Será una página propia en la que los pedagogos incorporaremos todo cuanto nos parezca oportuno, siempre con la supervisión de la Junta de Gobierno, pero sin duda con mayor entidad que la que tenemos ahora.
Después de eso, otro miembro “invitado” habló de otro de los objetivos que le habían correspondido al Colegio, el de comunicarse con los colegas que no habían respondido a las demandas ocasionales de actualización de datos, usando esta vez mensajes SMS. Parece que lo van a intentar de nuevo y confían en conseguirlo. Yo lo sigo dudando.
Lo siguiente fue de nuevo un tema ya tratado con anterioridad, que me había tocado a mí abordar: la discriminación entre psicólogos y pedagogos que realizan las mismas tareas, pero que a unos no les implican IVA y a otros sí. Como la clave de esta discriminación radica en que los pedagogos no somos reconocidos en absoluto por Hacienda como profesionales de nada, no existimos en el IAE, y en todo caso no tenemos un epígrafe adecuado (que es lo que creo que el Colegio debería luchar por conseguir), los pedagogos que Hacienda “detecta” desempeñando labores que supuestamente corresponden sólo al ámbito sanitario, reservado a los psicólogos, están haciendo algo para lo que DEBEN PAGAR IVA. Al margen de la polémica sobre si esto es justo o no, es hoy por hoy la realidad que explica lo que sucede: los pedagogos no estamos clasificados oficialmente como PERSONAL SANITARIO.
Y fue entonces, al exponer este asunto una de mis compañeras, cuando saltó la primera chispa que dio lugar a un fuerte rifirrafe en la reunión: Uno de nuestros colegas, el que lleva más tiempo asentado en el Colegio, inició una intervención que yo interrumpí, porque empezaba, una vez más, con su C.V. en el que ha expuesto repetidamente su praxis como psicoterapeuta y perito judicial, “legitimado por jurisprudencia para diagnosticar y tratar una esquizofrenia” (sic) y extrañado de que el resto de los presentes tuviéramos los problemas referidos con nuestra profesión ante Hacienda. No lo supe tolerar como debía haberlo hecho, hice alusión a su doble faz como pedagogo en el Colegio y como psicólogo con vocación de psiquiatra en su práctica profesional, a lo confuso de la imagen que proyecta sobre los usuarios, etc. Su sorpresa cuando me callé y él me replicó, fue que mis colegas intervinieron dándome la razón. El resultado fue que dos días después comunicó en el grupo de WhatsApp que a partir de ahora estaría tan ocupado que no podría asistir a más reuniones.
Continuó la reunión con la aportación de la compañera que ofreció su perfil profesional en los EOEPs y que llevó en ese momento un nuevo documento en el que concretaba los cambios necesarios para que los pedagogos pudieran trabajar con criterios profesionales en su rol de Orientadores. La respuesta de nuestro Decano y del pedagogo de la Junta de Gobierno fue que debía concretar aún más, en qué nivel de normativa se producen los errores fatales, para así identificar la instancia oficial ante la que hay que formular las convenientes reclamaciones. A mí me faltó decir que eso lo debía hacer precisamente el pedagogo que lo pidió, puesto que tiene experiencia en la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, pero después de mi anterior intervención, preferí callar.
Y cuando, en ese momento, el Decano se disponía a finalizar la reunión, yo volví a solicitar la palabra en el punto de “otros temas” que figuraba en el orden del día, y entonces enarbolé la publicación de la revista, la relativa al movimiento de renovación pedagógica en el seno del Colegio, en fechas simultáneas a las de nuestras reuniones, pidiendo explicaciones. Y tuve mi segundo rifirrafe, esta vez con el Decano. Por ahora diré que también en este debate obtuve el apoyo de TODOS los presentes, de tal modo que las aguas se remansaron, pero no sé si decir que volvieron a su cauce, porque el cauce ya se había desviado. Los argumentos y el fondo de la cuestión me siguen preocupando, y habré de compartirlos en este blog.
En mi próxima entrada, con detalle.